POSICIONAMIENTO DEL GRUPO PARLAMENTARIO DE MORENA, EN VOZ DEL DIPUTADO ALEJANDRO ENCINAS RODRÍGUEZ, DURANTE LA SESIÓN SOLEMNE REALIZADA EN EL CONGRESO DE LA CIUDAD DE MÉXICO, CON MOTIVO DEL 50 ANIVERSARIO DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTL DE 1968.

DIP. ALEJANDRO ENCINAS RODRÍGUEZ: Con su autorización, señor Presidente. Compañeras y compañeros del movimiento estudiantil, bienvenidos. Compañeras y compañeros diputados.

El día de hoy, 2 de octubre de 2018, Día Internacional de la No Violencia, aniversario del natalicio de Mahatma Gandhi, conmemoramos los 50 años de uno de los sucesos más ominosos de nuestra historia: la masacre perpetrada por el Estado mexicano contra el movimiento estudiantil de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.

Y sí, como lo dijo aquí mi compañero Jesús Martín del Campo, se trató de un crimen de Estado.

Ese día, la mañana del 2 de octubre de 1968, en la prensa nacional apareció un publicado, un desplegado, que señalaba: “México entero con Díaz Ordaz”, que días antes había amenazado al movimiento estudiantil. Cito: “No queremos verlos, en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario. Hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos”, y cumplió la sentencia.

Para su gobierno existía una conjura comunista, un plan internacional de subversión concebido en La Habana y en Praga, en el que participaban mexicanas y mexicanos de organizaciones políticas de izquierda como el Movimiento Liberación Nacional o el Partido Comunista Mexicano, entre otros.

La crisis inició el 23 de julio, cuando tras un enfrentamiento entre alumnos de la escuela Isaac Ochoterena y de la Vocacional 5 en La Ciudadela, el cuerpo de granaderos deprimió brutalmente a los estudiantes, violencia que se escaló el 26 de julio al construir la marcha de los estudiantes contra la represión de que fueron objeto, con la manifestación de apoyo a la Revolución Cubana, cuando la policía arremetió brutalmente contra ambas marchas, realizando las primeras detenciones de dirigentes políticos, sociales y de estudiantes en nuestro país.

Al día siguiente, el 27 de julio, Luis Echeverría, entonces Secretario de Gobernación, y Alfonso de Corona del Rosal, Regente del Departamento del Distrito Federal, atribuyeron los hechos a agitadores de ideología comunista, que se proponían desprestigiar a México aprovechando la cercanía de los Juegos Olímpicos.

El gobierno no entendía que movimiento estudiantil canalizaba la asfixia impuesta por un régimen autoritario que en las últimas décadas, al cobijo de un crecimiento económico sostenido y una falsa estabilidad política, impedía cualquier espacio de participación política al margen del aparato de control del Estado.

No entendía esos momentos políticos, en momentos en que las heridas de la cancelación

del internado del Instituto Politécnico Nacional en 1956, del aplastamiento de la huelga ferrocarrilera del 59, de la represión al movimiento magisterial y al movimiento médico de los años 60 y del asesinato de Rubén Jaramillo y su familia en 1962, esas heridas continuaban abiertas.

El 13 de septiembre se realizó la marcha del silencio y se demandó el diálogo público, y aun cuando el 14 de septiembre el Consejo Nacional de Huelga recibió un comunicado oficial del Gobierno Federal señalando que aceptaba el diálogo, la noche del día 18 el ejército tomó Ciudad Universitaria y posteriormente el Casco de Santo Tomás. La represión aumento y se generalizó en todo el país.

La mañana del 2 de octubre se celebró el encuentro entre los emisarios del Gobierno Federal y una representación de los estudiantes. El gobierno no aceptaba el diálogo público y ante la eventualidad de romper las pláticas, aceptaron consultar la propuesta con Díaz Ordaz; la respuesta fue contundente: la matanza en Tlatelolco.

El 3 de octubre, la prensa oficial con la honrosa distinción del periódico Excélsior, entonces publicaba a ocho columnas: “Recio combate al dispersar el Ejército un mitin de huelguistas”, “Tlatelolco, campo de batalla”, “Durante varias horas, terroristas y soldados sostuvieron un recio combate”. Falso.

Por eso, a 50 años de esos sucesos, vale la pena destacar algunos de los aspectos del contexto en el que se desarrolló el movimiento estudiantil. Tenemos que asumir que este movimiento tuvo un carácter nacional, que no se circunscribió en la Ciudad de México, a la Universidad Nacional, al Instituto Politécnico Nacional o a la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, sino que involucró a otras instituciones de educación superior como la Escuela Nacional de Antropología, la Universidad de Guadalajara o la Escuela Hermanos Escobar, y que también involucró a universidades privadas como la Universidad Iberoamericana y Universidad del Valle de México.

Tampoco se trató solo de un movimiento estrictamente estudiantil, la movilización del 68 permitió articular la inconformidad contra un régimen esmerado en sofocar cualquier tipo de oposición sumando las demandas de libertad de presos políticos, democracia y libertad sindical, reparto de la tierra y las demandas de un creciente reclamo, de un creciente movimiento urbano en demanda de vivienda en momentos en que el país había dejado de ser predominantemente rural.

Este movimiento representó además la confluencia de jóvenes de todo el mundo, quienes en medio de la Guerra Fría, dieron lugar a movimientos por la paz por poner fin a la Guerra de Vietnam, al colonialismo y en defensa de la Revolución Cubana.

Pero de manera especial este movimiento fue la rebelión de los jóvenes contra una sociedad autoritaria, contra una sociedad patriarcal, contra el despotismo en la escuelas y las iglesias, una ruptura contra el régimen establecido y la exigencia de una nueva cultura que buscaba libertades, en búsqueda de la paz, del amor libre, del feminismo, de la protección de la naturaleza, así como nuevas formas de expresión artística, el rock en la música o lo escrito por el gobierno y condenando la música que consideraban que se trataba de música diabólica. En la literatura con el movimiento de la onda, en el teatro el desnudo y la pintura abstracta.

Una ruptura contra un modelo que se exaltaba en el individualismo y el consumismo para buscar una nueva sociedad y edificar al hombre y a la mujer nuevos.

Seamos realistas, alcancemos lo imposible, demandaban los jóvenes. La represión sofocó al movimiento, los Juegos Olímpicos se celebraron, Díaz Ordaz asumió la responsabilidad por los sucesos, pero el país había cambiado.

Prueba de ello es el resultado electoral del primero de julio el cimbró las viejas estructuras que durante décadas mantuvieron al país en un mar de violencia y corrupción, trayendo consigo aires frescos, la renovación, la opción de cambio que se abre hoy en nuestro país. Hay que asumirla, este triunfo de la izquierda encuentra sus raíces en el movimiento estudiantil de 1968.

El viejo régimen, el del presidencialismo autoritario y del partido hegemónico, el de las alianzas pragmáticas, el de sistema de partidos que permitió la entrega de la riqueza nacional, ha sucumbido frente a un electorado harto de la descomposición de la política tradicional y de sus instituciones.

Sin embargo, y pese a los cambios logrados, el pliego petitorio de los estudiantes del 68 tiene una gran vigencia, las demandas de dialogo público ante la sordera de un gobierno que afortunadamente ya se va, la libertad de presos políticos como los muchos que hay por defender los recursos naturales y los derechos humanos en las cárceles del país.

La derogación del delito de disolución social, como hoy demandamos la abrogación de la Ley de Seguridad Interior. La desaparición del cuerpo de granaderos, como hoy condenamos las agresiones de las policías estatales y municipales, las profundas violaciones a los derechos humanos por parte de las fuerzas armadas.

El respeto a derechos y libertades, la petición de indemnización a los afectados del 68 se extiende a decenas de miles de víctimas de la violencia como resultado de la mal llamada guerra contra la delincuencia organizada.

Este diálogo, este pliego petitorio hoy se ha traducido en una oportunidad de cambio, un cambio que trasciende la alternancia política y que demanda la edificación de un nuevo régimen político que permita rescatar un país para todos.

Sin embargo, debemos señalar y reconocer que si bien la izquierda y las fuerzas progresistas ganamos las elecciones con un amplio y legítimo margen, y que se ha construido una nueva mayoría, el viejo régimen sigue vivo, nos encontramos en un momento en que el viejo régimen no acaba de morir y lo nuevo está por construirse, y que sin lugar a dudas esa construcción de lo nuevo enfrentará muchas resistencias.

No podemos permitirnos olvidar, no podemos permitirnos dejar atrás este pasado ignominioso que no queremos que se repita, y menos aun en este Recinto, menos aun en esta tribuna, donde aún resuena el susurro del fantasma autoritario.

Recordemos las palabras de Gustavo Díaz Ordaz, el primero de septiembre de 1969 en esta tribuna, y lo cito: “asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”.

“En lo esencial –decía Díaz Ordaz– destruimos las acechanzas, versaremos  que estos fenómenos tienden a ser recurrentes; así pues, nos mantendremos permanentemente alertas”, a lo que hizo inmediatamente su sucesor Luis Echeverría, quien en el marco de lo que él llamaba la apertura democrática, el primero de septiembre, en este Recinto y en esta tribuna, decía en 1974, refiriéndose a los jóvenes disidentes de aquel entonces.

Para él, para Echeverría estos jóvenes representábamos pequeños grupos de cobardes terroristas, desgraciadamente integrados por hombres y por mujeres muy jóvenes que en México tienen considerables semejanzas con grupos que en estos días, en que estos actos de están de moda en casi todo el mundo, actúan de modo parecido.

Jóvenes surgidos de hogares generalmente en proceso de disolución, creados en un ambiente de irresponsabilidad familiar, víctimas de la falta de coordinación entre padres y maestros, mayoritariamente niños que fueron de lento aprendizaje, adolescentes con un mayor grado de inadaptación en la generalidad, con la inclinación precoz al uso de estupefacientes en sus grupos, con una notable propensión a la promiscuidad sexual y con un alto de grado de homosexualidad masculina y femenina, víctimas de la violencia que ven muchos programas de televisión.

Eso éramos los jóvenes para Luis Echeverría y para este régimen que hoy sucumbe, en 1974. Sin embargo, pese a su miopía, el país cambió profundamente. Y me vienen las frases de muchos compañeros del 68, me viene a la memoria las palabras de Raúl Álvarez Garín, refiriéndose al 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, cuando decía: ese día volvimos a nacer y supimos cómo íbamos a morir, moriríamos luchando. Así lo hizo él.

También hoy cabe recordar a José Revueltas, quien desde el Palacio Negro de Lecumberri en 1968 escribía: “nuestra sentencia ya está decidida de antemano, no depende de nuestros delitos, nada tiene que ver con los principios constitucionales, con el respeto a la democracia, la ley o el derecho. Nada tiene que ver con la realidad aunque sus efectos son muy reales en los años de cárcel que a cada uno le corresponda.

“Está decidida –decía Revueltas– porque en el cielo de nuestro destino político, con el dedo de Dios se escribió, y todos sabemos quiénes son ese Dios, quién es ese Tlacalteculti sexenal que ata los vientos y desata tempestades”. Pero preguntaba Revueltas: ¿Podrá ese Dios detener el tiempo de la historia? La respuesta hoy es muy clara, ese Dios no pudo, no pudieron detener el tiempo de la historia.

Al cumplirse 50 años del Movimiento Estudiantil de 1968 y de la brutal represión en la Plaza de las Tres Culturas, el sueño y los ideales de los jóvenes estudiantes ha derrotado al viejo Estado autoritario.

Nunca más un 2 de octubre. Nunca más estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Dos de octubre no se olvida, es de lucha combativa.

Que viva el Movimiento Estudiantil de 1968.

 

2018-10-08T16:40:02+00:00